"Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario. Entonces él les dijo: --¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le dijeron: --Del César. Entonces él les dijo: --Por tanto, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.” Mat. 22:19-21 (Marc. 12:13-17; y Luc. 20:19-26)
Sobre todo el imperio Romano solo un hombre tenía todo el poder y ese hombre era el Cesar. Ante él se doblegaba todo ciudadano o habitante dentro de los contornos del imperio. El Cesar no solo poseía todo sino que también cobraba el derecho de vivir y tal pago se hacía con un impuesto anual, el cual era pagado con un Denario. El Denario era una moneda que tenía su imagen plasmada y alrededor había una inscripción que decía “De Tiberius Cesar, el Divino Augusto, hijo de Agusto.” Al otro lado de la moneda decía “pontifex maximus” que significaba “el sumo sacerdote de la nación Romana.” En otras palabras el que usaba un denario, estaba aceptando el poder del Cesar o por lo menos vivía en el territorio del Cesar reconociendo que le debía a él la vida en el imperio.
Los fariseos vinieron a tenderle una trampa de palabras a Jesús con el asunto del tributo para que el cayera en un problema legal, pero el Maestro respondió de manera magistral a las malas intenciones de los fariseos. La pregunta de los fariseos era simple: ¿Es lícito dar tributo al César, o no? pero las intenciones eran poner a Jesús en un dilema político, religioso y legal. Pero cuan sabias la respuesta del maestro al preguntarle por la imagen de la moneda. Cuando todos vieron que la imagen de la moneda era la del Cesar, entonces el Maestro les dio una de las enseñanzas más profundas jamás escuchadas en cuanto a nuestra pertenencia a Dios. Básicamente, el Senor les hizo entender que si la moneda tiene la imagen del Cesar, pues tal moneda es de el y hay que entregársela a el. Por lo contrario, si nosotros somos portadores de la imange de Dios, pues le pertenecemos a Dios. De la misma manera que al Cesar le pertenece todo en su reino, a Dios le pertenece todo el universo incluyendo nuestras vidas y esas hay que dárselas a El. En otras palabras, De la misma manera que el Cesar cobraba y quería los impuestos que llevaban su imagen, el Señor quiere la moneda de nuestro ser, nuestras vidas y todo lo que ellas son. Nosotros somos los portadores de la imagen de Dios y el quiere lo mejor de nosotros: espíritu, pensamiento, cuerpo, tiempo, posesiones, familias, todo. ¿Le daríamos tales monedas al Señor, de seguro que seremos bendecidos? - ¡Amén!
Pastor Israel Cordoves, Jr.
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