“…por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento,…” 2 Cor. 2:14b
Cuando uno tiene una caríe, su boca hiede. Hiede porque hay putrefacción acumulada, no se ve pero se hace sentir su presencia. Se pueden comprar caramelos de mentas y las pastas dentales más fuertes que existan, pero en ocasiones estas no ayudan. Nosotros los cristianos hemos de estar tan llenos de la presencia de Dios que cuando abramos la boca, se manifieste en todo lugar el olor del conocimiento divino. ¿No es hermoso que Dios nos haya dado el privilegio de que a través de nosotros se sienta el olor de su conocimiento?
Tristemente hablamos a menudo con amargura y esta emite un olor contaminante al ambiente de los hijos de Dios. La vida con Cristo no puede tener cabida para las palabras hirientes. Romanos nos recuerda que la vida que está bajo pecado es apartada de Dios hasta el punto que la garganta es un “Sepulcro abierto (Rom. 3:13).” El mismo pasaje continua con la enseñanza de que el pecador tiene su “boca llena de maldiciones y amargura (Rom. 3:14).”
Meditemos entonces, ¿Qué se siente cuando abrimos nuestras bocas? ¿Maldiciones y amarguras? El olor que emite la boca del cristiano no puede ser otra cosa que la fragancia del conocimiento de Dios. ¡Oh, que nuestra boca sea de bendición para la atmosfera del reino de Cristo! Oremos para que el conocimiento de Dios se respire cuando abramos nuestras bocas! Para que esto ocurra, comamos el buen alimento de la palabra de Dios y enjuaguemos nuestras bocas con la dulzura del Espíritu Santo. ¡Amén!
Pastor IC, Jr.
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