Consejos para Ministrar en Tiempos Dificiles (Pastor Rafael Mulet)

“Los retos no destruyen al diácono fiel, lo forman como ministro aprobado.” 

Primer Consejo: SER FIRMES EN LA PALABRA EN MEDIO DE LA OPOSICIÓN 

2 Timoteo 4. 2: que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.  

Este mandato resuena con fuerza para el diácono que enfrenta oposición, ya sea de críticas externas, presiones culturales o conflictos internos en la iglesia. Ser firme en la Palabra implica un compromiso inquebrantable con la verdad de las Escrituras, incluso cuando el entorno es hostil o desalentador. Los retos no son una señal de fracaso, sino una oportunidad para que el diácono demuestre su fidelidad a Dios.

En tiempos de oposición, el diácono debe arraigarse en el estudio constante de la Biblia, permitiendo que la Palabra moldee su carácter y decisiones. Esto significa no solo conocer las Escrituras, sino vivirlas con integridad, mostrando coherencia entre lo que se predica y se practica. Por ejemplo, cuando surgen críticas injustas o divisiones en la congregación, el diácono debe responder con humildad, pero sin comprometer la verdad bíblica. Esto puede incluir enseñar con claridad, corregir con amor y exhortar con paciencia, como lo indica el texto.

Prácticamente, el diácono puede prepararse mediante la oración diaria y el estudio bíblico, pidiendo discernimiento para aplicar la Palabra en cada situación. También es útil rodearse de mentores espirituales que refuercen esta firmeza. La oposición puede ser una prueba, pero también un molde que forja al siervo aprobado, alguien que no se tambalea ante la adversidad, sino que brilla como testimonio de la verdad de Dios.

En resumen, ser firme en la Palabra es un acto de valentía espiritual. Los retos no debilitan al diácono fiel; lo fortalecen, pues su confianza en las Escrituras lo sostiene y lo guía, convirtiéndolo en un instrumento aprobado para la obra de Dios. 

Segundo Consejo: MANTENER EL ENFOQUE EN SERVIR A DIOS ANTES QUE AGRADAR A LOS HOMBRES 

Gálatas 1. 10: Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. 

Este versículo plantea un desafío claro para el diácono: su prioridad debe ser siempre la gloria de Dios, no la aprobación humana. En tiempos de retos, como conflictos en la iglesia o presiones sociales, es fácil caer en la tentación de buscar la aceptación de los demás a costa de la fidelidad a Dios. Sin embargo, el diácono fiel pone a Dios en el centro de su ministerio.

Servir a Dios antes que a los hombres requiere discernimiento y valentía. Por ejemplo, un diácono puede enfrentar la presión de suavizar un mensaje bíblico para evitar ofender a alguien o de ceder ante opiniones populares que contradicen la Palabra. En estos momentos, el enfoque debe ser agradar a Dios, confiando en que Su verdad es suficiente. Esto no significa ser insensible o arrogante, sino actuar con amor y firmeza, priorizando la voluntad divina sobre las expectativas humanas.

En la práctica, el diácono puede cultivar este enfoque mediante la oración, pidiendo a Dios fortaleza para resistir la tentación de buscar la aprobación humana. También es clave rodearse de una comunidad de fe que lo anime a permanecer fiel. Por ejemplo, al tomar decisiones difíciles, como abordar un pecado en la congregación, el diácono debe hacerlo con humildad, pero sin temor a la desaprobación, confiando en que Dios lo sostiene.

Este consejo forma al diácono como un siervo aprobado, porque los retos que enfrenta al priorizar a Dios lo ayudan a crecer en madurez espiritual y dependencia divina. Al final, el diácono que sirve a Dios con sinceridad encuentra paz y propósito, sabiendo que su labor glorifica al Señor, sin importar las opiniones humanas. 

Tercer Consejo: ENFRENTAR LOS RETOS CON UNIDAD Y ESPÍRITU DE ORACIÓN, RECORDANDO QUE LOS PROBLEMAS FORTALECEN EL CARÁCTER CRISTIANO 

Romanos 5. 3- 4: 3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza 

Este pasaje ofrece una perspectiva transformadora para el diácono: los retos no son obstáculos, sino herramientas que Dios usa para formar un carácter cristiano sólido. Enfrentar las dificultades con unidad y oración fortalece tanto a los líderes como a la comunidad de fe.

La unidad es esencial en tiempos de crisis. Los retos, como conflictos internos o desafíos externos, pueden dividir a la iglesia si no se manejan con madurez espiritual. El diácono debe promover la unidad, animando a los hermanos a trabajar juntos y a buscar a Dios en oración colectiva. La oración no solo alinea los corazones con la voluntad de Dios, sino que también fomenta un espíritu de humildad y dependencia en Él. Por ejemplo, ante una crisis financiera en la iglesia, o discrepancia entre los miembros o entre los miembros y el pastor el diácono puede organizar tiempos de oración y diálogo, buscando soluciones en comunidad.

Además, los problemas fortalecen el carácter cristiano. Las dificultades prueban la fe del diácono, desarrollando paciencia y perseverancia. Por ejemplo, lidiar con un miembro difícil de la congregación puede ser agotador, pero al responder con amor y paciencia, el diácono crece en madurez espiritual. Este proceso no es fácil, pero produce esperanza, como dice Romanos, porque el diácono ve la mano de Dios obrando incluso en la adversidad.

En la práctica, el diácono puede fomentar la unidad organizando reuniones de oración y promoviendo la comunicación abierta en la iglesia. También debe modelar un espíritu de oración personal, buscando a Dios en todo momento. Así, los retos se convierten en oportunidades para crecer en fe y liderar con un carácter probado, demostrando que el diácono fiel es formado, no destruido, por las dificultades. 

Cuarto Consejo: VER CADA CRISIS COMO UNA OPORTUNIDAD DE TESTIMONIO Y CRECIMIENTO 

La idea de ver las crisis como oportunidades puede parecer paradójica, pero es una verdad bíblica poderosa. Jesús dijo en Juan 16. 33: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Para el diácono, cada crisis es una plataforma para dar testimonio del poder y la gracia de Dios, además de una oportunidad para crecer espiritualmente. Los retos no son el fin, sino un medio para que Dios obre en y a través del diácono.

En una crisis, ya sea personal (como una enfermedad) o congregacional (como una división en la iglesia), el diácono tiene la oportunidad de mostrar la esperanza que viene de Cristo. Por ejemplo, al enfrentar una pérdida, el diácono puede compartir cómo la fe lo sostiene, inspirando a otros a confiar en Dios. Este testimonio no solo fortalece a la congregación, sino que también permite al diácono crecer en su dependencia de Dios, aprendiendo a descansar en Su soberanía. 

Prácticamente, el diácono puede prepararse para las crisis cultivando una vida de devoción diaria, lo que lo equipa para responder con fe cuando lleguen los problemas. También puede buscar oportunidades intencionales para compartir su testimonio, como en reuniones de la iglesia o en conversaciones personales. Por ejemplo, durante una crisis, como un desastre natural, el diácono puede liderar esfuerzos de ayuda, mostrando el amor de Cristo en acción.

Ver las crisis como oportunidades transforma la perspectiva del diácono. En lugar de desanimarse, ve cada desafío como un momento para glorificar a Dios y crecer en fe. Este enfoque lo forma como un siervo aprobado, alguien que no solo sobrevive a los retos, sino que los usa para reflejar la gloria de Dios y edificar a otros.

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