Sí. Cinco veces en el Nuevo Testamento encontramos oraciones dirigidas directamente a Jesús.
1. Esteban en su Muerte
“Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía:
Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor,
no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.” (Hechos
7:59–60, RVR1960)
Los últimos momentos de Esteban son uno de los ejemplos
más claros de oración directa a Jesús en el Nuevo Testamento. Como el primer
mártir cristiano, entregó su espíritu en las manos de Cristo, repitiendo las
palabras de Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lucas 23:46).
Al dirigirse a Jesús con la petición: “Señor Jesús, recibe mi espíritu,”
Esteban reconoció abiertamente la autoridad divina de Cristo sobre la vida, la
muerte y la eternidad. Además, su clamor: “Señor, no les tomes en cuenta este
pecado,” reflejó la intercesión de Jesús por sus verdugos en Lucas 23:34:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
Esteban dio testimonio no solo con sus palabras sino también con su oración,
afirmando la verdad central de la fe cristiana: Jesús es Salvador y Dios, el
que recibe las almas de los fieles e intercede por ellos.
2. Pablo y el 'Aguijón en la Carne'
“Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo
quite de mí; y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona
en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:8–9,
RVR1960)
En este pasaje, Pablo relata su oración persistente
acerca del misterioso “aguijón en la carne,” una fuente de sufrimiento y
debilidad. Tres veces suplicó al Señor que lo quitara, y el contexto deja claro
que este “Señor” es Cristo resucitado.
La respuesta que Pablo recibió no fue silencio, sino una palabra directa de
Jesús: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
Esto muestra que la oración no es un simple ritual, sino un diálogo vivo en el
cual Cristo responde personalmente a su siervo.
Teológicamente, este texto demuestra que la oración a Cristo era una parte
esencial de la espiritualidad paulina. Él no dudó en llevar sus luchas más
profundas directamente al Señor Jesús, mostrando que orar a Él era correcto y
eficaz.
3. La Iglesia Invoca el Nombre de Jesús
“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los
santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en
cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y
nuestro.” (1 Corintios 1:2, RVR1960)
En este saludo, Pablo define a la iglesia no solo como
comunidad local, sino como un pueblo universal marcado por una característica
distintiva: invocar el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Esta expresión proviene del Antiguo Testamento, donde “invocar el nombre de
Jehová” significaba clamar a Dios en oración, adoración y dependencia (cf.
Génesis 4:26; Joel 2:32). Pablo aplica este lenguaje sagrado —reservado para
Dios— a Jesús, mostrando que la iglesia primitiva lo reconocía como verdadero
Dios, digno de ser invocado.
Por lo tanto, orar a Jesús no era algo marginal, sino una señal definitoria de
la identidad cristiana. Ser creyente significaba pertenecer a aquellos que
invocaban, adoraban y buscaban ayuda directamente del Señor resucitado. Como
observa Larry Hurtado, esto refleja la “devoción a Cristo” que caracterizó al
cristianismo desde sus orígenes. Craig Keener añade que la invocación de Jesús
estaba integrada tanto en la vida personal como en la liturgia pública,
especialmente en el bautismo y la Cena del Señor.
4. La Oración 'Maranatha'
“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El
Señor viene.” (1 Corintios 16:22, RVR1960)
Maranatha es un término arameo (מָרַנָא תָּא o מָרַנְאֲתָא)
que aparece en 1 Corintios 16:22. Puede traducirse de dos maneras, según cómo
se divida:
- “¡El Señor viene!” (maran atha) — una declaración de fe y esperanza en la
segunda venida de Cristo.
- “¡Ven, Señor nuestro!” (marana tha) — una oración dirigida directamente a
Jesús.
Ambas traducciones reflejan el espíritu de la iglesia primitiva: la primera
proclama la inminencia del regreso de Cristo como confesión de esperanza, y la
segunda expresa la súplica de los creyentes que claman por su venida (cf. Apocalipsis
22:20: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”).
El hecho de que esta expresión aramea se conserve dentro de un texto griego
sugiere que era una fórmula litúrgica usada en la adoración de la iglesia,
quizás en la Cena del Señor. Esto muestra que desde los comienzos los
cristianos oraban directamente a Cristo, reconociéndolo como Señor divino y
esperando su manifestación gloriosa.
5. La Última Oración en la Biblia Está Dirigida a Jesús
“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente
vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.” (Apocalipsis 22:20, RVR1960)
Apocalipsis 22:20 contiene la última oración en la
Biblia, y está dirigida a Jesús. Después de que Jesús afirma su regreso
inminente —“Ciertamente vengo en breve”— la iglesia responde: “Amén; sí, ven,
Señor Jesús.”
Esto no es simplemente una declaración doctrinal, sino una súplica, una
invocación dirigida a Cristo mismo. El uso del vocativo “Ven” deja en claro que
se trata de una oración.
Teológicamente, este versículo revela el corazón de la esperanza cristiana: los
creyentes no solo confiesan el regreso de Cristo, sino que también oran
directamente a Él, reconociéndolo como Señor, Redentor y consumador de la
historia.
Dr. Israel Cordoves, Jr.
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