Jesús, a pocas horas de ser traicionado y entregado, elevó al Padre su profunda Oración Sacerdotal (Juan 17). Allí pidió por sus discípulos y por todos los que creerían en Él. Sabía que enfrentarían sufrimiento y persecución, por eso rogó que fueran santificados en la verdad y unidos en un mismo sentir. La unidad, más allá de la diversidad humana, es la señal distintiva de los seguidores de Cristo.
Esta oración excluye la idea de un cristianismo aislado, sin comunidad ni iglesia. También alcanza al matrimonio, llamado a ser “una sola carne”, al adolescente tentado a apartarse del hogar, y a las iglesias que olvidan la comunión con otras congregaciones. La independencia egoísta contradice el deseo del Señor: que seamos uno en el Padre y en el Hijo.
El propósito de esa unidad no es solo interno: Jesús oró para que el mundo crea en Él al ver la comunión y amor entre sus seguidores. La verdadera marca de los cristianos no es la uniformidad cultural, sino la unidad en Cristo, que trasciende lenguas y naciones.
¡Que Dios nos conceda vivir en amor y unidad, reflejando al Padre y al Hijo, para que muchos crean!

Comentarios
Publicar un comentario